Históricamente, muchas mujeres hemos quedado fuera de los espacios informales donde se fraguan decisiones clave: cenas privadas, clubes exclusivos de hombres, partidos de futbol, grupos de WhatsApp de líderes, afterworks tardíos etc. Momentos donde se construyen lealtades, se anticipa información y se reparten oportunidades. No se trata solo de presencia física, sino de entender que ahí también se juega el juego del poder. dinámicas, a menudo etiquetadas como “juegos políticos”, se nos han presentado como ajenas o incluso contrarias a nuestros valores de transparencia y colaboración.
Reconocer su existencia y aprender a manejarlas con integridad es clave para ejercer un liderazgo inclusivo.
Quejarnos sirve de poco.
Si queremos influir en las mesas donde se define el rumbo de la organización, debemos adaptarnos y aprender a jugar, con coherencia y principios.
- Comprender las reglas tácitas: reconocer que la promoción interna depende tanto de la competencia técnica como de la visibilidad generada en espacios informales.
- Participar con integridad: intervenir en esos encuentros breves —un café, un saludo en el pasillo o una llamada espontánea— mostrando nuestro talento y construyendo confianza.
- Crear redes auténticas: cultivar alianzas basadas en el respaldo mutuo y el respeto, no en favores oportunistas.
Dominar este “networking estratégico” no es claudicar ante la política interna, sino reclamar nuestro lugar. Porque, para cambiar las reglas de dentro, primero debemos saber jugar bajo ellas, sin renunciar a nuestros valores.
No es una sumisión a la política interna, sino una herramienta para garantizar que el talento alcance la mesa donde se decide el futuro de la organización.