Por Women On Board
Hay dinámicas que no hacen ruido, pero explican el ruido que padecen tantas personas dentro de las organizaciones. Una de las más determinantes es esta: cuando alguien destaca, incomoda; cuando no destaca, desaparece.
La paradoja de la visibilidad no es un fenómeno anecdótico: es el lugar silencioso donde se decide parte del futuro profesional de mucha gente.
Y lo sorprendente es que no tiene que ver con el talento. Tiene que ver con la forma en que leemos ese talento.
Cuando alguien ocupa espacio con claridad, aparecen interpretaciones instantáneas: ¿ambición desmedida?, ¿ego?, ¿protagonismo?
Cuando alguien ocupa menos espacio, surgen las contrarias: ¿falta de drive?, ¿de liderazgo?, ¿de proyección?
La misma persona, distinta luz.
El mismo trabajo, distinta lectura.
Muchas organizaciones, sin proponérselo, crean estos laberintos: piden presencia, pero critican la presencia; valoran la humildad, pero castigan lo invisible. Y así, liderar se convierte en un ejercicio improbable de calibrar cuánto destacar, sin destacar demasiado.
Desde WOB lo vemos cada día en directivas brillantes. Mujeres que sostienen equipos, transforman procesos, mueven decisiones, mientras navegan una tensión que no tiene nada que ver con su capacidad y sí con los códigos culturales que aún dictan qué estilo de liderazgo “encaja” y cuál desconcierta.
El problema no está en ellas: está en un molde antiguo que definía el liderazgo con un solo volumen, un solo tono y un solo tipo de presencia.
Ese molde ya no sirve. Ni a las mujeres, ni a los hombres, ni a las organizaciones que aspiran a mantenerse relevantes.
La visibilidad nunca debería ser un arma ni un castigo. Tendría que ser una herramienta para amplificar impacto, no para limitarlo.
Repensar esta paradoja es un ejercicio de inteligencia colectiva.
Porque cuando una persona puede destacar sin ser penalizada, y discrepar sin desaparecer, la organización respira mejor.